Argelia siempre había sido una mujer muy risueña. 

Su marido Israel, en cambio, era un hombre muy serio. Siempre enfurruñado y preocupado por cosas sin importancia.

Todos decían que hacían un tándem perfecto, pero la verdad es que a ella le hubiese gustado que Israel fuese un poco más divertido. Contarse chistes, pasear agarrados de la mano, y hacer alguna locura de vez en cuando.

Tampoco pedía mucho. Con haber salido a comer un bocadillo de calamares un domingo a última hora y haber dejado las acelgas en la nevera, le bastaba.

Un poco de aventura cotidiana. 

¿Pedía tanto?

También le hubiese gustado que hubiese colaborado más en casa, 

como sí lo hacía su hermano Mauricio, que tenía a su cuñada en un pedestal, y cocinaba él cada Navidad.  

A Argelia no le gustaba cocinar.

Y allí estaba: sus zapatillas malvas, su bata de flores, y su doble rebozado de croquetas a las 3 de la mañana. Siempre preparaba cientos de croquetas para Navidad.

Fue a abrir la nevera para buscar más leche, cuando su dedo meñique del pie topó con uno de los muebles de cocina.

- Malditas croquetas- aulló.

¿Por qué de entre todos los huesos que tenía siempre se golpeaba en el que más dolía? 

¿Cuántos huesos tenía el cuerpo humano?